Los 40 años del Festival Franco Chileno de Videoarte en palabras de Pascal-Emmanuel Gallet

Pascal-Emmanuel Gallet



Año: 2021




El Festival Franco Chileno de Video Arte fue creado en 1981 por la Embajada de Francia en Chile, con el propósito de impulsar intercambios artísticos entre ambas naciones, especialmente entre quienes experimentaban en torno al video, los nuevos medios y tecnología de la época. El proyecto fue realizado tras la buena acogida que había tenido una itinerancia de obras en video organizada por el representante del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia, Pascal-Emmanuel Gallet, quien presintió que el encuentro podría ser un éxito fundado en que se basaba en un arte nuevo, sin referencias, y que ofrecía un espacio neutro y libre para entablar diálogos fructíferos en medio del tenso escenario político y social que se vivía en Chile.

En el marco de la charla “Patrimonios híbridos. Archivo y conservación del arte audiovisual” -realizada como parte del programa del X Encuentro de Investigación sobre Cine Chileno y Latinoamericano de la Cineteca Nacional-, Pascal-Emmanuel Gallet, fundador del festival, repasó los orígenes y desarrollo de este encuentro, que se mantuvo activo en plena dictadura por casi una década, y derivó en la creación de la Bienal de Artes Mediales de Santiago que este año cumple 15 ediciones.

Durante la conversación, Pascal leyó el texto que replicamos a continuación:

En 1975 siendo un joven consejero cultural en Budapest, viajé todos los meses a París para traer en cassettes de tres cuartos de pulgada una selección de programas de la televisión francesa, que transmití en el Instituto Francés de Chile en lo que había llamado una «Teleteca», toda una revolución en esos tiempos de la cortina de hierro, que rápidamente fue imitada en toda la red cultural francesa en el extranjero.

Paralelamente, convencido de que nuevos medios inducen nuevas miradas y que la obra siempre se inspira de su material, sea mármol o tierra, quise presentar de inmediato una selección de obras francesas realizadas específicamente con la materia video. Hablé con Pierre Schaeffer, creador del Departamento de Investigación de la ORTF (Oficina de Radiodifusión de la televisión francesa), y juntos elegimos las primeras obras francesas de video arte.

Por entonces, fue llamado en París al Ministerio de Relaciones Exteriores, donde creé un servicio de producción y de edición para nuestra red cultural, y envié a distintos institutos franceses una variedad de obras que representaban las diversas tendencias de este nuevo arte, desde las más formales hasta las más políticas. Recuerdo que había videos de Thierry Kuntzel, Armand Gatti, Paul-Armand Gette, Robert Cahen, Michel Jaffrennou…

En 1970, uno de los institutos destinatarios de esta colección fue el de Santiago. Allí sucedió algo muy especial. En esos tiempos oscuros, este nuevo arte, en el que estaba todo por inventarse, en el que podía explotar tanto lo imaginario como la palabra sofocada, en ese lugar, el Instituto Francés, donde Francia imponía con todo su peso a los poderes del día la libertad que ella representaba, este videoarte que trataba de encontrar su camino, ofreció a todos aquellos que pensaban, que creaban, que sufrían por no poder hablar, una oportunidad inesperada de palabra y de expresión sin opresión.

Así, esta manifestación francesa se transformó de golpe en un abundante diálogo franco-chileno. Entendiendo luego de una conversación con el agregado cultural local el rol que podía jugar en Santiago una manifestación como ésta, decidí repetirla al año siguiente, sobre la base de una programación recíproca y una convocatoria a la creación. Ese fue el nacimiento del Festival Franco-Chileno de Video Arte, primer festival internacional de este tipo.

En 1990, celebrando en Santiago el décimo aniversario del festival en compañía de nueve videoartistas franceses que yo había enviado año tras año a Chile, comprendí aún mejor el rol que había jugado este encuentro. De hecho, la mayoría de los chilenos que habían participado con obras, no se volvieron videoastas, sino arquitectos, universitarios, fundadores de medios, en resumen, toda una generación había forjado en el Franco-Chileno su capacidad de tomar las riendas del pais.

Mientras tanto, el Festival se había extendido a America Latina y luego, al final de un extraño eje norte-sur que pasa por París, a las tres Républicas Bálticas.Como mi objetivo no era sólo mostrar obras, sino trabajar las miradas cada año, en el marco del festival, envié a un videasta francés a desorientar su mirada rodando un diario de viaje. Le pedía igualmente escoger arbitrariamente, sin ninguna comisión y sin necesidad de justificar su elección, un chileno para que viniera a Francia a rodar el suyo. Había pocos recursos en el rodaje: sólo una cámara y a penas un poco más en posproducción, para darle oportunidad a la confrontación entre una mirada desnuda y una realidad nueva.

De 1985 a 1997, y luego en el 2016 con un último diario, la secuela de más de 40 diarios de viaje que encargué a videoastas chilenos y franceses, luego a latinoamericanos y bálticos, da testimonio durante treinta años, durante una generación completa, no sólo de la diversidad de las miradas de aquellos que inventaban el video como un medio de expresión por derecho propio e imponían su autonomía tanto frente a la televisión como al cine, sino también de la historia del mundo, del fin de largas y crueles dictaduras que el video acompañó en el sur y el Este, y luego del ascenso de una nueva, universal dictadura, aquella de los mercados globalizados, de los empresarios y de los políticos que los sirven.

El perfume de los tiempos, el perfume de los lugares y el deseo irreprimible de representar dan a esta rapsodia de miradas su firme unidad

A menudo recuerdo algunos fragmentos de esta rapsodia : 

– El poema de Juan Enrique Forch, Tour Eiffel combina un texto de Vicente Huidobro escrito en francés en París en la década de 1920 con una vista interior de la torre, fragmentada, sensual, aérea…

– En 1989, en el centenario de la revolución francesa, en la obra Muerte al rey, Francisco Arevallo se encuentra en París para decapitar nuevamente el viejo cadáver, para mirar su Chile desde el nuevo barrio de la Défense…

– El conmovedor encuentro de Michael Gaumnitz en Chiloé: un cacique ciego, al principio mudo, se levanta de pronto y habla un viejo lenguaje que después de él nadie más hablará.

– En el último diario, El Puente, de Sophie Catherine, el océano y la marejada de banderas rojas se despliegan, mientras los tambores y las olas se lo llevan todo.

El gran valor patrimonial de esta rapsodia de miradas reside en la sencillez de su dispositivo para atravesar lugares y tiempos, en la obstinación de perseguir la única exigencia que vale la pena, la de contar el mundo, de desplegar la diversidad de nuestras frágiles miradas, de nuestras miradas mortales, de acariciar al vuelo los movimientos abigarrados del tiempo y del espacio, de recitar finalmente esta trágica belleza, la que ninguna miserable invención metafísica o religiosa, incluso espiritual, podrá jamás alcanzar.