Pipilotti Rist
Fue la primera artista pensada de la curatoría de la 17 Bienal de Artes Mediales de Santiago, su nombre era indiscutible, estaba en la lista pendiente hace años. Cuando pensamos en artistas a tiempo completo, pienso en Pipilotti Rist (Suiza, 1962), referente del mundo del videoarte, de paisajes sonoros y visuales inigualables, que hizo de su vida una obra de arte capturada por el ojo de la cámara y extendida en sus imaginarios e instalaciones. Ella pone en evidencia lo importante que es desdibujar los límites entre el arte y la vida cotidiana.
Su identidad visual ha marcado un referente porque sistemáticamente fue armando un archivo de trabajos únicos, cargados de deseo, colores vibrantes, interpretando el kitsch, los sueños y usando su propio sentido del humor para componer y representar el mundo. Una artista que desdibuja el género de representación de la naturaleza y lo humano. Obras que buscan despertar la alegría a través del color y el montaje en sus instalaciones.
El humor en la obra de Pipilotti es usado como una herramienta de comunicación y expresión que desafía las normas, desarma prejuicios y fomenta la reflexión crítica.
Es usado cómo una estrategia discursiva que equilibra lo accesible y lo que nos provoca. Adopta formas irónicas, satíricas, absurdas o incluso ingenuas, utilizando el video cómo un medio profundamente político y filosófico para cuestionar, conectar y transformar.
Pipilotti Rist teje mundos vibrantes donde el cuerpo, la naturaleza y la tecnología se entrelazan en un diálogo visceral y poético. Sus instalaciones audiovisuales son paisajes sensibles y sensoriales que desbordan imágenes oníricas, colores saturados y sonidos que envuelven al espectador, sumergiéndonos en experiencias que trascienden lo imaginado. En su obra, el video se convierte en un medio orgánico, otra piel, una extensión del cuerpo y de la percepción, que nos invita a repensar nuestra relación con los entornos físicos y digitales.
La llegada de su trabajo a Chile no solo abre un portal hacia su universo visionario, sino que también invita a una reflexión sobre la identidad colectiva y las transformaciones sensoriales en la era de los medios digitales que vivimos. Es un acto que disuelve fronteras culturales y territoriales conectando a las audiencias locales con narrativas universales mientras cultiva espacios de intercambio sensorial. Desde una bienal latinoamericana nos parece trascendental que los artistas que siempre vimos en los libros de arte pueden estar al alcance de todas y todos.
La presencia de Rist en la selección oficial de artistas enriquece el tejido cultural y a la escena local, ampliando las posibilidades de imaginar y sentir, recordándonos que, en el arte, la tecnología puede ser tanto un espejo como un sueño.
En el video Entlastungen (1988), nos recibe con un redoble de tambor, como si marcara el inicio de un rito desbordante de contradicciones. En un ritmo fragmentado, se suceden retratos de una mujer joven —gritos que rasgan el aire, manos que ocultan un rostro, miradas de resignación que perforan la cámara—, mientras su cuerpo intenta escalar paredes o colapsa, con una comicidad absurda, sobre un manto de césped. Las imágenes palpitan con perturbaciones que evocan las viejas pantallas de televisión ochentera, una coreografía de destellos en colores intensos, glitch que raya la piel de la pantalla. Sobre este ritmo visual, una voz metálica y distante recita frases enigmáticas: “Me atornillo al techo con los talones. Luego me suelto” o “Buen servicio, buen trabajo”, fragmentos que resuenan como ecos de un pensamiento descompuesto. Un monólogo inquietante, un grito, el cuerpo que se desploma, la cinta se raya. Recuerda a una antigua obra fotográfica llamada El salto en el vacío (1960) de Yves Klein, quien presenta una obra de autoficción en relación al vértigo de arrojarse por completo, un mito.
En Entlastungen (1988), una temprana video experimentación de Pipilotti Rist —quien aparece como protagonista y compositora musical— explora las grietas entre el cuerpo humano y la máquina. Creado en una etapa donde Rist equilibraba su vida entre el arte experimental y su trabajo en un estudio de publicidad, este trabajo emerge como una reflexión sobre los errores: las fallas técnicas y las imperfecciones humanas que, lejos de ser carencias, se transforman en portales hacia nuevas posibilidades. Como Rist explica, “Entlastungen” El error de Pipilotti” es un diálogo entre los defectos del carácter y las disonancias mecánicas, un juego donde el fracaso no es un final, sino un renacimiento.
Esta fascinación por el error no es casual en la trayectoria de Rist, quien creció en un entorno donde la curiosidad era más valorada que la perfección. Desde sus años de formación en la Escuela de Artes Aplicadas de Viena, su arte comenzó a gestarse como una rebelión contra lo pulcro y lo establecido, adoptando el desliz, el accidente y la distorsión como lenguajes creativos. En sus primeros vídeos, el glitch no es un problema a corregir sino una metáfora: un recordatorio de que tanto las máquinas como las personas se enriquecen en sus rupturas, en los tajos, en los borrones que pueden desdibujar una imagen.
Ser artista a tiempo completo es un acto de fuerza y reinvención constante, donde la creación se convierte en un diálogo crítico con la realidad social, cultural y política y personal, una artista que documenta su vida con una cámara que registra todo cómo un ojo cíclope que todo lo vé. Como plantea Silvia Rivera Cusicanqui (1), socióloga, historiadora y activista boliviana, conocida por su trabajo en estudios decoloniales, pensamiento indígena y ecología, el trabajo creativo del artista implica reconstruir los sentidos de lo roto, encontrar en las fisuras del mundo la materia prima para imaginar el devenir. Entonces ser artista en este contexto no es solo producir objetos o experiencias estéticas superficiales, sino encarnar una actitud performativa de vivir, para desafiar las estructuras críticas del pensamiento y proponer nuevas formas de relación con el tiempo, el espacio y la imaginación. Una práctica que en lo cotidiano, transforma el entorno en una reflexión universal, estética, en una invitación a reimaginar el mundo completamente.
Ser artista a tiempo completo es habitar un espacio sútil entre la creación y la ilusión, donde la vida y el trabajo se unen en un acto constante de autodefinición.
Notas al pie
(1) Para leer más sobre el planteamiento de SIlvia Rivera Cusicanqui, se puede leer “Un mundo ch´ixi es posible Ensayos desde un presente en crisis” (Editorial Tinta Limón, 2018)
Artículo realizado por: Nicolás Oyarce Carrión Cineasta. Artista chileno transdisciplinario. Miembro de la Academia de las Artes Cinematográficas de Chile. Actualmente es Director Escuela de la Intuición de la CChV y curador de la 17 Bienal de Artes Mediales de Santiago.